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Paludismo/Malaria.

El paludismo es una Infección causada por un protozoario, el Plasmodium que desarrolla un ciclo evolutivo muy complejo con una fase asexuada que se realiza en el hombre, produciendo la enfermedad y una fase sexuada que se realiza en un mosquito del género Anopheles. Desde un punto de vista puramente biológico, el mosquito constituye el portador del parásito y el hombre el portador intermediario. La enfermedad producida en el hombre está caracterizada por escalofríos, fiebre, esplenomegalia, anemia y un curso crónico recurrente. Existen numerosas especies de Anopheles, cuyos puntos de cría son las aguas estancadas, pantanos, charcas, cisternas etc. 

En 1783, el paludismo se extiende de su foco endémico tradicional, Valencia y Murcia (regiones de arrozales) y se propaga a amplias zonas del interior: Castilla la Nueva, Andalucía y finalmente Castilla la Vieja. La crisis dura hasta 1787 y en algunas zonas se prolonga hasta los años 90. Desde entonces el paludismo se convirtió en uno de los problemas más importantes con que tuvo que enfrentarse la política sanitaria de los gobiernos Ilustrados.  

La elevada pluviosidad de los años anteriores a la difusión de la epidemia favorecieron la formación constante de pantanos y aguas estancadas que junto con una población debilitada por la pobreza y una alimentación parca consecuencia de las crisis agrarias, a su vez agravadas por la propia epidemia palúdica precipitaron la epidemia de 1804. 

Junto a la necesidad de realizar obras públicas de desecación, se plantearon otro tipo de medidas, eliminación de focos de contagio o actuaciones contra la pobreza. Así, cuando surgía una epidemia, se incidía en la necesidad de limpiar las ciudades o de sacar fuera de ellas los cementerios, cárceles, cuarteles, mataderos, etc. 

La Importancia del episodio epidémico de la década de los ochenta radica, en que con él se configura la moderna geografía del paludismo en España, pasando de ser un tema local (levante español) a ser un problema nacional, problema que persistirá hasta bien entrado el siglo XX. 

La situación de paludismo endémico constituye un palpable freno al desarrollo de la población. Pero tal vez sean más importantes las consecuencias socio-económicas de esta situación ya que su elevada morbilidad y su estacionalidad en la época de mayor necesidad de trabajo agrícola reducía la productividad agrícola de forma importante en amplias zonas y durante largos periodos de tiempo.

Remedio contra el Paludismo. La quina. 

Las propiedades febrífugas de la quina eran conocidas en Europa desde el siglo XVII. En el siglo XVIII, numerosos médicos españoles y extranjeros recomendaron su uso junto a la sangría en las fiebres tercianas. El uso de este remedio hubo de superar varias dificultades por ejemplo la confusión de la quina con la corteza de otros árboles. También, errores farmacológicos, ya que se prescribía habitualmente a dosis inferiores a las consideradas actualmente como terapéuticas. 

La quina que llegaba a España desde las colonias americanas no era la de mejor calidad puesto que los mercaderes la vendían a comerciantes extranjeros in situ que ofrecían un mejor precio por un producto que se había demostrado eficaz contra el paludismo. 

La Botica Real en tiempos de Carlos III recibía la quina de tierras americanas a través de la Real Compañía de Indias, encargándose también de su suministro y distribución. Al tener siempre grandes existencias y cubiertas sus necesidades, se procedió en la mayoría de los casos a su donación no sólo a hospitales y comunidades religiosas, sino a miembros de la nobleza europea y al Papa. 

El Paludismo en Soria.

La Sociedad Económica Numantina de Amigos del País jugó un papel fundamental en la curación de una epidemia de tercianas en 1786. El rey Carlos III, para paliar dicha enfermedad entrega quina selecta a los Arzobispos de todas las diócesis de España, en las que se ha declarado la epidemia. En el reparto de quina de 1786, la diócesis de Osma no queda incluida, por tanto la Sociedad Económica remite la solicitud del mencionado medicamento al Marqués de Valdecarzana, que ostentaba el importante cargo de Sumiller de corps del Rey. Gracias a su intervención ante el monarca son enviadas 4 arrobas de quina a la Sociedad Económica, responsabilizando de su cuidado a Gaspar de Urrutia al que se le recomienda que primero se la tamice para quitarle los leños y luego sea guardada en botes de cristal tapados con corcho. De este modo y conservándola en sitio fresco, guardará sus cualidades “hasta 100 años”, cosa que no ocurriría si estuviese en leño. Del mismo modo, se aconseja que los enfermos deben estar bien alimentados, y se les debe dar de beber agua de limón o vinagre. 

Cuando la Sociedad recibe la quina, manda una carta al Rey haciéndoselo saber. También remite otra a los curas y vicarios informándoles que se ha conseguido la quina, adjuntándoles informes de cómo deben repartirla y los cuidados que requieren los enfermos. 

El intento de la Sociedad Económica por combatir la enfermedad de las tercianas no quedó aquí, ya que financiaron en 1787 una máquina eléctrica, con 1170 reales, cuyo objetivo era terminar con el referido mal. 

En el año 1791, la Sociedad se anticipa a los hechos de una nueva epidemia de tercianas. Por este motivo, viendo que tenían escasas existencias de quina y pensando en futuras epidemias, escriben al rey Carlos IV comentando los extraordinarios resultados que le dio este producto con anterioridad y lo conveniente que sería disponer de alguna cantidad para nuevas emergencias. El Rey les concede la petición y se lo comunica en carta fechada el 22 de Octubre de 1791.

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