La higiene urbana.
Todas las descripciones que nos han llegado de las ciudades del Antiguo Régimen configuran una imagen, ya tópica, de ciudades llenas de inmundicias y de fuertes olores. Todo tipo de basuras y excrementos son arrojados a cualquier hora a la vía pública; en el centro de las calles o bien en los portales se acumulan las basuras, recogiéndose muy de tarde en tarde con sistemas muy rudimentarios. Esta situación empeoró a comienzos del siglo XIX debido, entre otros factores, al aumento de densidad de población.
Higiene urbana en Soria.
Otro de los apartados en los que la Económica Numantina hizo importante desembolso dentro del campo de la Higiene pública fue en la limpieza de las calles; debido a la desidia del Ayuntamiento en este terreno y las graves consecuencias para la salud. Con fecha 14 de Marzo de 1787, D. Andrés Martínez, socio de la institución, estudia la situación y reconoce la conveniencia de impedir el vertido de aguas por las ventanas, así como evitar desperdicios de comidas o cenizas en las calles. También propone la eliminación de caños provenientes de casas y que vierten al exterior las aguas sucias. Reconoce asimismo el problema que supone la eliminación de las basuras.

El plan de saneamiento de la ciudad en los años 1781 y 1788 costó a la Sociedad de Amigos del País 8.060 reales. En 1805 promueve de nuevo la recogida de basuras, costándole en esta ocasión 1.640 reales.
En 1800, como dentro de la ciudad de Soria sólo había tres fuentes que necesitaban continuos reparos, construyó las de la Tejera, San Pedro, Plazuela de los Jesuitas, Teatinos y terminó la única monumental que tuvo la ciudad, situada en la Plaza Mayor. Construyó alcantarillas desde la Puerta del Postigo a la huerta del Marqués de la Vilueña.
La higiene en las instituciones públicas. Los focos de contagio.
El pensamiento higienista del siglo XVIII se nutre de tres corrientes:
1.- La teoría de las constituciones atmosféricas que, basándose en la medicina hipocrática, entendía la enfermedad como producto de las cambiantes condiciones de la atmósfera y del influjo del medio natural sobre la salud de los hombres.
2.- La teoría miasmática, concebía las afecciones morbosas como desarreglos causados por los miasmas. Se trataba de unos imperceptibles seres volátiles producto de la descomposición de la materia orgánica, y que gustaban para su desarrollo de los lugares cálidos, húmedos y sombríos. Estos vaporosos organismos, ayudados por el calor primaveral y veraniego, se elevaban a la atmósfera y eran transportados por el viento hasta entrar en contacto con un humano al que causar una dolencia.
3.- La última corriente es la que atribuye a la miseria del pueblo como el origen de todas las enfermedades.
En esta época era una idea comunmente aceptada la de considerar a la ciudad como poco saludable en relación con el campo. La ciudad sería menos saludable por la abundancia de focos de contagio que alberga. De ahí, la atención dirigida a dichos focos y los intentos de eliminarlos. Por otro lado, la atención a alguno de estos lugares - cárceles, hospicios, inclusas, hospitales, etc- obligó a plantearse la situación interna de los mismos, donde se hacinaban las capas más marginales de la sociedad, lo que a su vez llevaba muchas veces a plantearse los problemas de la pobreza (entre otros de la pobreza como causa de enfermedad) y el problema de la asistencia social.
Higiene en las cárceles.
Uno de estos “focos” de contagio eran las cárceles. Aparte de otros problemas, como la persistencia de la tortura que tanto preocupó a los Ilustrados, la situación higiénico-sanitaria de estos lugares era espantosa.
Cementerios.
Otro de los puntos que merecieron la atención de higienistas y poderes públicos fue el problema de los enterramientos. Desde los siglos IX y X se fue produciendo un cambio en las costumbres funerarias, al permitirse a los fieles de vida más ejemplar el enterrarse en las iglesias. Poco a poco, la práctica se extendió a la mayoría de los fieles que pudieron costearlo, quedando los cementerios extramuros para la población más marginal. Esta práctica era contraria a la disciplina eclesiástica, pero la Iglesia lo toleraba pues suponía una fuente de ingresos.
En el siglo XVIII, en la mayoría de los pueblos no quedaban vestigios, ni aún el nombre de cementerios, enterrándose todos en lo interior de las Iglesias. En
1804 se emite una “Circular del Consejo por la que SM. manda se construyan cementerios fuera de la población”. En dicha Circular se señala que “en los años próximos y en el presente, en que afligidas las más de las provincias del Reino, y muy señaladamente las dos Castillas, con enfermedades malignas, han experimentado un lastimoso estrago” y que han sido muchos los pueblos que “viendo fomentarse rápidamente las enfermedades en su recinto” han visto como necesario suspender los enterramientos en las iglesias.
Los malos olores y los riesgos de epidemia aumentaban durante el verano y durante la realización de las “mondas” o levantamientos de cadáveres para enterrar a otros. Los restos obtenidos eran depositados en osarios situados en el exterior, junto al ábside o cercano a las puertas. Como consecuencia de la agudización del problema de las epidemias, fue surgiendo en toda Europa un movimiento contra esta práctica, Incluido el grupo más racionalista de la Iglesia.
Hospitales.
El hospital es otra de las instituciones públicas que es considerada ‘foco” de contagio. La situación en su interior es tal, que no sólo es perjudicial para los ingresados, lo que origina que los enfermos se resistan a ser conducidos a estos centros, sino que “el hospital amenaza en todo momento con difundir en la ciudad el aire viciado de sus salas”.
Esta situación es el resultado de varios factores. Por un lado, el hospital todavía no ha perdido su función medieval de caridad, entrando en conflicto con el nuevo modelo que va surgiendo de hospital exclusivamente asistencial y de investigación y docencia. Por otro lado, en estos años se asiste, como, a un creciente número de ingresos resultado de un empeoramiento de las condiciones de vida de la gran mayoría de la población.
Para hacer frente a esta demanda creciente, la oferta es limitada. Había hospitales públicos y hospitales privados surgidos de donaciones para atender determinados tipos de enfermos -irlandeses, portugueses, religiosos etc-. muchos de éstos sólo cumplen funciones caritativas.
Lo más característico de los hospitales era el insoportable olor que expelían sus enormes salas, repletas de enfermos. Este hecho, unido a las nuevas ideas sobre química de gases y a las ideas sobre los “miasmas” contagiosos, hacía que fuera lógico el pensar que el aire viciado de las salas era la causa principal de los males de los ingresados, o al menos de su agravamiento.
La renovación del aire, la ventilación, es la medida en que más se insiste para mejorar la higiene hospitalaria.
El aumento de mortalidad producido, por ejemplo, en los principales hospitales madrileños en los años finales del XVIII, nos habla de un deterioro de las condiciones de estas instituciones, derivado de un aumento de los ingresos por la progresiva pauperización de la población junto con unos recursos siempre insuficientes, situación agravada tras la desamortización llevada a cabo estos años y que afectó a todas las Instituciones de asistencia social del Antiguo Régimen.
Las fuertes críticas realizadas a la situación hospitalaria llevaba a acusarles no sólo de los males producidos a los enfermos ingresados, sino de ser “foco” de contagio y atribuirles diversos males a la sociedad y a el Estado: se decía que causaban despoblación, aumentaban la pobreza etc. lo que originó una controversia pública sobre su utilidad. Frente a todo ello, la alternativa más radical era la de sustituir total o parcialmente la asistencia hospitalaria por la asistencia domiciliaria, cuyos defensores consideraban que era más barata, con mejores cuidados para el enfermo y le evitaba los peligros del ingreso en los grandes hospitales. Aquellos enfermos pobres que carecieran de domicilio, serían atendidos en pequeños hospitales parroquiales pues “mientras menores sean las casas públicas destinadas a los enfermos pobres, mejor cuidados serán en ellas”. Este tipo de alternativa se intentó llevar a cabo en la Francia revolucionaria, pero apenas si tuvo eco en España, aunque tuvo decididos partidarios.
Hospitales en Soria.
En esta época la Económica Numantina sostuvo el hospital de Sta. Isabel de Soria. Le adjudican 13.100 reales para el pago del personal, para la construcción de varias habitaciones para enfermedades contagiosas y para la compra de catres de hierro en 1791. Contribuyendo de nuevo con 3.000 reales en 1805, para evitar que sea cerrado.
Hospicios.
El problema de los hospicios está ligado, más que ningún otro con el de la pobreza. Dos eran, en síntesis, las formas de solucionar el problema: la derivada de la doctrina tradicional de la Iglesia, que obligaba a ejercer la caridad con los pobres, y las nuevas ideas ilustradas que consideraban a la caridad no sólo insuficiente sino a veces perjudicial y que propugnaban -al menos en teoría- la “reinserción” social del pobre a través de la enseñanza de un oficio o de su ingreso en el ejército. Sólo con los auténticamente incapaces de ganarse la vida por su enfermedad o minusvalía era aconsejable la caridad.
Aunque según estas nuevas ideas, su misión debía ser la “reinserción”, su verdadera función fue represiva frente a la franja más inquietante de la sociedad. La acentuación del carácter represivo fue particularmente evidente en España tras el motín de Esquilache, que dejó una huella imborrable en el Rey y en las clases altas.
Además de las funciones anteriores, misericordia y corrección, los hospicios cumplían otra menor, aunque no siempre se explicitase, la higiénico-sanitaria, ya que según las ideas de la época los mendigos eran un peligroso “foco de contagio”. Pero al retirar a los pobres de las calles y concentrados en el hospicio se creaba un nuevo foco de contagio del que los gobiernos recibían constantes quejas de vecinos alarmados por su proximidad.
La situación en el Interior de estos establecimientos no debía ser muy diferente de la descrita anteriormente en otras Instituciones de la época, hospitales o cárceles: mala alimentación, escaso aseo, hacinamiento.
En Valladolid, los estatutos establecen que “a los pobres no les falte de lo necesario para su alimento, abrigo y descanso”. Se especifica la ropa que se ha de dar a cada ingresado, así como que “se les ha de dar de comer al medio día una olla, y otra a la noche, con la carne y vitualla correspondiente, y una libra de pan a cada uno”. Se establecía periódico aseo de ropas y habitaciones, reconocimiento por médico o cirujano al ingreso, traslado de enfermos al hospital etc. La realidad, sin embargo, era que había frecuentes plagas de roedores y los hospicianos padecían con frecuencia sarna, viruela, tiña y sabañones.
Los hospicios, como el resto de instituciones estudiadas, serán directamente afectadas por la desamortización llevada a cabo bajo Carlos IV. El argumento de los reformadores consistía en considerar “establecimientos públicos” las instituciones expropiadas, pero “las instituciones afectadas son condenadas a la parálisis o a la extinción” ya que dependerán en adelante de una renta fija “teóricamente” pagada por el Estado. Por otra parte, dado que las instituciones afectadas son hospitales, hospicios, casas de misericordia, de reclusión y de expósitos, “de modo relativamente directo, el Estado está echando sobre sí mismo el peso de una nueva sanidad, que aparecerá formada con el liberalismo naciente y que reemplazará al tradicional sistema de asistencia pública”
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