Fiebre amarilla.
El agente productor de la fiebre amarilla es un virus del grupo E de los arbovirus. La Infección es transmitida por un tipo particular de mosquito, el Aedes aegyti. Es un mosquito doméstico y peridoméstico, de una sola generación anual, con formas adultas solo de Julio a Diciembre. Sus huevos los pone en recipientes domésticos de agua y son destruidos por el frío, no resistiendo inviernos severos. Las formas adultas necesitan una temperatura superior a los 22 ºC. Son de vuelo corto y en general, no pica al aire libre y la hembra lo hace por la noche, teniendo una especial apetencia por el hombre.
El virus pasa a la sangre por la picadura del mosquito infectado e inicia la infección en el hígado, multiplicándose rápidamente. La mortalidad de la fiebre amarilla es elevada. En el verano de 1800 hizo su aparición una grave epidemia de fiebre amarilla en Cádiz desde donde se extendió a Sevilla y luego a poblaciones intermedias. El episodio no sería aislado sino que sería el inicio de un ciclo epidémico, afectando la enfermedad en sucesivos años a amplias zonas del litoral español.
En el resto de España se recibieron con miedo las noticias provenientes de Andalucía. En 1801 hubo un brote de escasa importancia en Medina-Sidonia. En 1803 se produjo un importante brote epidémico en Málaga que acabó con la vida de unos 7.000 habitantes. En 1804 se reprodujo la epidemia en Málaga con mayor intensidad, pero a diferencia del año anterior, no se limitó a la ciudad andaluza sino que afectó a una amplia zona de la costa mediterránea, llegando hasta Alicante y Valencia, y a amplias zonas del Interior de Andalucía. Fue la más grave y generalizada de cuantas padeció nuestra Península. Este año, junto a la epidemia de fiebre amarilla y a la grave epidemia de paludismo en el Interior de la península, se produjo una intensa crisis de subsistencias lo que determinó una importante crisis de mortalidad.
Aunque la enfermedad no era nueva en España, su aparición en Cádiz y Sevilla en 1800 cogió por sorpresa a médicos y autoridades con lo que las medidas tomadas fueron tardías e ineficaces. Dado el carácter contagioso que se suponía a la enfermedad y su procedencia exterior, de América, la primera medida preventiva sería el aumentar el control sobre el tráfico marítimo. Se trataría de revitalizar un sistema de sanidad marítima que pareció dar buenos resultados con ocasión de la peste de Marsella de 1720.
Se mejoró el Puerto Lazareto de Cádiz donde la tripulación procedente de países con esta enfermedad pasarían cuarentena. Por otro lado, también los lazaretos establecidos en las afueras de las ciudades no contagiadas eran una pieza básica en el sistema de sanidad terrestre para intentar evitar la extensión del contagio. Su funcionamiento debía ser similar al de los lazaretos de los puertos.
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